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Hablando sobre EMDR cap 2

Arwen Caban

Reparando apegos con EMDR

Mi brazo se quedó colgado, me dio una señal clara. Todos podían verlo. El médico podía verlo, pidió resonancia magnética, ecografía, sospechaba de rotura del tendón. En casa podían verlo, el brazo no se movía.

Pero algunas heridas no son tan visibles para todos. Mi brazo se quedó colgado y eso supuso un cambio drástico en mi día a día. No podía cuidar a mi bebé, no podía cambiarle el pañal, no podía cogerle. Lo que le ocurrió a mi brazo es que se desconectó. Era tánto el dolor que se supone yo estaba sufriendo por las calcificaciones, que mi cerebro me protegió y dejé de sentir el brazo, dejé de poder usarlo. ¿Cuándo me había sucedido esto antes? ¿Dónde aprendí que era mejor no sentir, ser fuerte, ser capaz, ir adelante? Efectivamente el problema no era mi brazo. Ésta era la luz roja que me hizo parar. En una vida de correr adelante, de fijarme objetivos y conseguirlos, de no notar el dolor en las piernas de tanto caminar… ¿Podía todo esto venir de un sólo suceso en mi vida? Tenía que parar. ¿Qué me ha pasado para no notar dolor? Tan claro y tan oscuro a la vez… yo era fuerte, esto no podía suponer de forma alguna que hubiera alguna debilidad en mi…

Tu puedes, eres fuerte, capaz, invencible

En el apego evitativo distanciante, se refuerza que el infante se comporte de una determinada forma, sienta de una manera particular. Esto implica desconectar. Desconectar de necesidades, de emociones, de sensaciones. Desconectar de recuerdos, de personas. Poco a poco te conviertes en la imagen idealizada que tenían tus padres de ti, si tienes suerte. Yo tuve suerte. Era la niña valiente, capaz, inteligente, brillante.

En el apego evitativo son tabu determinados temas. La situación familiar puede ser problemática, patológica, pero de eso no se habla, se normaliza… conseguimos que el elefante rosa en medio del salón se nos vuelva transparente, invisible. Pero esto supone mucho esfuerzo para un cerebro en desarrollo. La capacidad de disociación se va mejorando, va madurando. Y cada vez más te centras en todo lo que distraiga tu atención del elefante rosa. Nadie te ha enseñado a enfrentarte a él. Todos lo evitan.

Tan claro ahora y tan oscuro entonces.

En el apego evitativo las emociones del niño no suelen contar. Te alientan a explorar y aprender, pero luego no tienes un refugio a salvo al que volver cuando tengas una herida, cuando te sientas fracasado.

Con esta base andaba yo cuando mis padres tuvieron la cabal idea de separarse. ¿Fue una decisión? ¿O todo tuvo que explotar? me gustaría poder idealizarlo, pero algunos elefantes rosas son muy grandes. Fue una separación tremendamente traumática. Este fue el primer T que me hizo tener lagunas de memoria… estos apegos evitativos son muy caprichosos… porque si tienes suerte te quita los recuerdos feos y te quedas con los buenos. A mi me pasó al revés, sucedió un borrado general donde lo malo sobresalía.

Una gran luz roja que nadie supo entender. Mucho dolor, mucho sufrimiento. Muchos intentos de hacer que el elefante no fuera perceptible.

Pero para la mente en desarrollo de un niño esto es un esfuerzo tremendo. Yo tuve suerte, seguí siendo la niña fuerte, inteligente, brillante, extrovertida. Sólo lagunas de memoria, disociación, insensibilidad física… y yo con eso podía.

Le saco a mi hermana pequeña dos años y medio. Ella se llama Lucienne. Ahora tengo el recuerdo de tenerla en brazos, cuando era bebé. Yo estaba en el sofá, y me dejaron cogerla en brazos. Mi bebé. Durante 36 años lo había olvidado. Quizá lo olvidé cuando mis padres se separaron, cuando yo tenía 11 años y mi hermana casi 9. Siempre compartimos dormitorio hasta que mi hermano mayor se fue de casa, y ella se cambió al de él.

Cuando Lucienne tenía 14 años, una mañana, como siempre, le sequé el pelo con el secador. Yo tenía 17 años. Ese día sucedió un T, el que me hizo ser otra persona durante 20 años. Llegaron lagunas de memoria otra vez, ahora se borraron muchas partes del pasado, muchas. Llegó la deriva. Llegaron las migrañas, las cefaleas tensionales. Comenzó el soñar lúcido, el vivir una realidad en sueños… ya que la realidad del día era intolerable. Leer, fiesta, explorar. No volver a un refugio que no existe. Correr. Ve hacia delante Arwen, atrás no hay nada.

Con 19 años, estando en la ducha, llorando en ese refugio, recordé las palabras de Lucienne dos años antes. Ibamos andando por la calle, a reunirnos con unos amigos. «Yo no me he suicidado antes porque no era el momento» – no vayamos a molestar a nadie – «Y ahora en navidad viene nuestro hermano de USA y no vamos a fastidiar las fiestas» – protegiendo a todos de una decisión que creía suya…

Mi magnífico apego evitativo bien madurado me protegió de la culpa dos años. Ella me había avisado, y no hice nada. Mi bebé se cayó de mis brazos, cayendo los 23 metros que separan el viaducto de Segovia del duro asfalto. Una realidad que me mantuvo anestesiada 20 años. Mejor no sentir. ¿Qué me importa mi brazo al lado de esto?

A veces, sólo a veces, gran parte del síntoma tiene que ver con un único evento con T mayúscula. Si tenemos la suerte de poder acceder y reprocesar este recuerdo, el paciente se verá libre de mucho sufrimiento, o podrá volver a sentir dolor otra vez, en un entorno seguro, donde como terapeutas podamos anclar al paciente al presente, asegurarle, que eso ya pasó, que el presente es muy distinto. Que merece la pena estar conectados.

Hoy día puedo dar las gracias a muchas personas de la feliz resolución de mi duelo. A mi madre, por romperse y recomponerse, por reparar. A mi hermana mayor, por ser testigo de recuerdos felices, y compañera de viaje desde mi nacimiento. A mi hermano mayor, por su confianza plena en mi. A mi hermano pequeño, por compartir horas de lectura, mimos y risas. A mi marido, por dejarme ser quien soy, y aceptar y amar a esta nueva Arwen que él no conocía. A mis hijos, Javier y John, por obligarme a jugar y conectar. A Roger Solomon, por enseñarme tres cosas que cambiaron mi forma de sentir y de hacer terapia: orientar al presente, mirada de compasión, good job. A Miriam Ramos Morrison, por ser el bálsamo, el refugio donde esta herida ha encontrado solución. A Trinidad por intuir en mi lo que podía volver a ser.

Como terapeuta EMDR sabía que si reprocesaba la muerte de Lucienne, ella dejaría de estar viva en mis sueños, dejaría de olerla, dejaría de sentirla en esas noches eternas. Yo la seguía teniendo viva así. Ese miedo me impedía el cambio, el miedo a perder esa conexión con ella. Pero por suerte, y puedo decir que viendo mi vida tengo muchísima suerte, el miedo y los sueños, las migrañas y el no sentir, la invulnerabilidad y la desconexión, todo, todo, se va como comido por la Nada. Dejando un mundo de Fantasía para vivir y disfrutar de una realidad que puede parecer simple, chocar coches de juguete con mis niños, pero que es maravillosa.

 

Si tenemos suerte, y el paciente tiene acceso al trauma, el re procesamiento de un recuerdo T marcará un antes y un después en la sintomatología. Con un buen terapeuta, todos seremos capaces de volver al refugio y poner orden, calmar y repararnos, para poder después volver a explorar con una mirada nueva, con un corazón nuevo, con ilusión.