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Allí, al fondo, se intuyen dos figuras. Son mis hijos.

Cuando facilito grupos del Círculo de Seguridad Parental en ocasiones hablo de ellos, o, más bien, de mi relación con ellos, y de cómo vivo sus idas y venidas.

Creo que es necesario que empecemos a usar el lenguaje que nos brinda el Círculo de Seguridad. Aprender este idioma implica hablar usando sus palabras, narrar historias que hablen de lo que está sucediendo.

Los dos están allí, al fondo, y han salido, en términos del Círculo.

Están en la parte de arriba del Círculo, y la necesidad específica es «vigílame» y «disfruta de mi exploración«.

Les miro, disfrutando de esta tranquilidad, el silencio del parque. Justo ahora no hay más niños, y después de estar un rato en el columpio, el mayor había decidido investigar los columpios de esa zona más lejana. Después de un rato el pequeño me ha preguntado si podía ir junto a su hermano. Le he sonreído y asentido, y como un pequeño correcaminos ha enfilado saltando la valla del parque, esquivando los árboles y dando alguna patada a cosas que debía haber en su camino, ¿hojas?, ¿un palo?, no sé. Le he seguido con la mirada, feliz de que tenga 5 años, feliz de que pueda correr, feliz de que corra junto a su hermano. Disfruto mucho de su exploración.

Allí están, al fondo, tirando algo al suelo, corren y se agachan, y luego tiran algo al suelo, ¿piedras?, ¿palos?. No puedo distinguirlo desde donde estoy. Les miro y de vez en cuando miro los árboles, el verde, las hojas que, en cuanto sopla el viento, salen zumbando de las ramas y caen alegres al suelo. Estamos ya en otoño.

Esta vigilancia tranquila es necesaria para ellos. Es una de sus necesidades de exploración.

En breve el pequeño sale otra vez pitando, está volviendo.

Ahora el pequeño está en la parte de abajo del Círculo. Sus necesidades específicas son «dame la bienvenida» y «disfruta conmigo«.

Cuando le faltan unos metros me llama, «¡mamá, mira que tengo!». Llega sudando, respirando rápido, con dos castañas en las manos. Le doy la bienvenida con una gran sonrisa, con los brazos abiertos, con ojos como platos por la curiosidad. Disfruto con él, le huelo el pelo, le beso, cojo las castañas, las miramos juntos. «Están frías», dice, y me pone una en el brazo. La castaña está fresquita y es suave al tacto. «Está fresquita, y mira lo suave que es», le digo mientras le paso suavemente la castaña por el brazo. «¡Si!».

Y como si tuviera un resorte sale corriendo de nuevo, para pasar otro rato, allí, al fondo, donde puedo verle.

Ahora, los dos niños están en la parte de arriba del Círculo, haciendo lo que sea que estén haciendo… disfrutar, tirar castañas, correr, reñir, saltar, cazar gusanos…

Arwen Caban, 7 de octubre de 2019.